Mi historia de tartamudo, dejar de ver y profe.
Mi historia no inició cuando nací, sino cuando comencé a enseñar. Yo cuento
mi vida por clases dadas y lecciones aprendidas. Me gusta aprender y enseñar.
El lector se preguntará por qué no
cuento como todos mis días que luego se transforman en años, ¿será la
desesperanza y la impotencia de ver pasar el tiempo sin poderlo detener? ¿Acudirá
a mí un impulso femenino por esconder mi edad o des cumplir años? No lo creo
así, ya que yo siempre quise enseñar y aprender.
Desde muy pequeño me costaba trabajo hablar y aprender cosas. Era
tartamudo y no se me grababan bien las cosas, además algo tímido. Un buen día
llegó un niño hasta mi casa, yo era muy pequeño, ese niño fue mi oportunidad de
experimentar. Pensé en qué podría hacer con mi amigo y di por descontadas
varias ideas. Su mamá me cuidaba, si es que se puede cuidar a alguien como yo,
que es justo aclarar, era bien portado, un poco alocado en la andadera, pero
creo que no rebasé muchos límites.
En ese ir y venir de mi amigo, me di cuenta de que mi poder sobre el
no radicaba en hacerlo sufrir, sino cuidarlo, podía sentir satisfacción cuando
le ayudaba a sostener su biberón, me gustaba ayudarle a subir los escalones, en
un inicio lo hacía para ganar su confianza y que me dejara hacer de él mi
conejillo de indias. Con el tiempo me di cuenta de que no podía hacerle nada
que le hiciera daño y así descubrí que me gustaba ayudar. Entonces quería
ayudar a todo el mundo en todo, ayudaba a la vecina, a mi abuelo a hacer pan, a
mi abuela a buscar sus tesoros en el corral, aunque implicara escarbar lo cual
a duras penas podía, salía en busca de viejecitas que necesitaban cruzar la
calle, confieso que crucé algunas sin que lo necesitaran pero ellas me hacían
caso, seguro creo que les gustaba ver mi entusiasmo.
Descubrí que mi problema de aprender cosas se eliminaba enseñando, repasaba
en las noches alguna cosa aprendida y la organizaba en mi mente, buscaba alguna
víctima y me abalanzaba a enseñarle aquello que sabía, pronto levanté bandera
blanca al no encontrar nadie más que no supiera de hacer pan, de buscar tesoros
o de correr. Daba clases en el campo deportivo sobre correr, debo aclarar. Una
vez que se terminó mi repertorio, llegó la escuela y con ella los problemas de
mujeres. Mi primer maestra fue mi primer amor, sus manos hermosas y suaves eran
un deleite para el espíritu, no había placer más fino y excelso que pedirle me
enseñara a atar los cordones de mis zapatos, siempre y cuando me tomara de las
manos y me mostrara el procedimiento, el cual repetía en mi mente varias veces
al día.
Pasó el tiempo y tuve que ir a la primaria, tenía que aprender muchas cosas
y me dispuse a enseñar lo que me enseñaban. Lo anterior me llevó a poder hablar
sin tanto tartamudeo y me encantó participar en oratoria, poesía y declamación.
Me gustaba ver cómo otras personas escribían cosas y me enseñaban lo que no
conocía abriéndome un abanico de posibles enseñanzas. En los primeros grados
gané el habla y aprendí, pero perdí mi vista, debido a una alergia, de manera
temporal quedaba inhabilitado para usarla. Quedé confinado a usar lentes negros
para poder ver en el día, lo cual me facilitó desarrollar otros sentidos y
gustos como la música.
Una vez superada la primaria y en trámite la secundaria, pude lograr
deshacerme de esos lentes y mejoró mi visión, era mi turno de hablar de poesía
a mis compañeras, que dicho sea de paso respondían muy bien a mis palabras,
entonces redescubrí mi pasión por enseñar. Tuve algunas recaídas del habla por
carecer de orientaciones de liderazgo, ya que me gustó y siempre me metía en
problemas por ello. En la preparatoria tuve varios problemas y recibí regaños del
director ante mis cuestionamientos, al igual que en la escuela normal.
Actualmente cuando quiero aprender algo busco la víctima y aunque no se lo
muestre, preparo el material para enseñárselo, me resulta porque me gusta
aprender y cuando es necesario hablar sobre el tema me es fácil no tartamudear.
En la actualidad ya no es notorio mi tartamudeo y mi ceguera por alergia ha
desaparecido, cuando cuento esta historia no me creen que algún día me dió
trabajo hablar y no podía usar mi vista, porque me dicen: “hablas hasta por los
codos y lees todo lo que te encuentras”. Reciban un saludo y los invito a
contar su historia.
Gracias por la historia Ismael, los caminos que muestras son cotidianos pero, por lo mismo, parecen imposibles.
ResponderBorrarDe todos los profesores que conozco, he descubierto una particularidad en un grupo de maestros que... VERDADERAMENTE AMAN SU PROFESIÓN, la coincidencia radica en lo que aquí escribe y es, que desde edades tempranas ya se perfilaban con el deseo de enseñar y mejor aún, descubren en ese proceso que al hacerlo siguen aprendiendo.
ResponderBorrarUna gran vivencia profe. Ismael.